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Mensaje  J0SEFERNAND0 Miér Jul 11, 2012 9:50 pm



"De La Guerra"



General Karl Von Clausewictz

Libro III

Capítulo XIII



LAS RESERVAS ESTRATÉGICAS




Las reservas tienen dos objetivos que se diferencian claramente uno del otro; o sea, en
primer lugar renovar y prolongar el combate, y en segundo ser usadas en caso de cualquier acontecimiento imprevisto. El primer objetivo implica la utilidad de la aplicación sucesiva de fuerzas y, a causa de ello, no puede aparecer en la estrategia. Los casos en los que un cuerpo de ejército es enviado a cierto lugar que está a punto de ser conquistado tienen que ser incluidos, evidentemente, en la categoría del segundo objetivo, ya que la resistencia que cabe encontrar en él pudo no haber sido suficientemente prevista. Sin embargo, un cuerpo de ejército que sólo tuviera por objeto prolongar el combate, y que con ese propósito se mantuviera en la retaguardia, estaría situado fuera del alcance del fuego, pero permanecería en el encuentro bajo el mando y a disposición del comandante en jefe y, por consiguiente, constituiría una reserva táctica y no estratégica.

Pero también puede surgir en la estrategia la necesidad de disponer de una fuerza para hacer frente a un acontecimiento imprevisto y, en consecuencia, también pueden existir reservas estratégicas, pero sólo allí donde se conciba la posibilidad de un acontecimiento de esa naturaleza. En la táctica, donde las medidas que haya tomado el enemigo generalmente se descubren sólo de forma visual directa y pueden ser encubiertas por bosques o valles en terrenos ondulados, siempre habremos de estar preparados de algún modo para afrontar la posibilidad de que se produzcan acontecimientos imprevistos, a fin de poder fortalecer los puntos que se hayan debilitado y modificar, de hecho, la disposición de nuestras tropas, de manera que su emplazamiento corresponda mejor al que hayan adoptado las enemigas.

Tales casos se producirán asimismo en la estrategia, porque el acto estratégico se halla directamente ligado al acto táctico. En la estrategia se adoptan también muchas medidas como consecuencia de la comprobación visual, por los informes inciertos que llegan de día en día o aun de hora en hora y, en último extremo, por los resultados reales de los encuentros. Por lo tanto, una condición esencial del mando estratégico es que las fuerzas deben ser mantenidas en reserva para ser usadas más tarde, de acuerdo con el grado de incertidumbre existente.

Como es sabido, esto es algo que se presenta constantemente en la defensa en general, pero en particular en la defensa de ciertas partes del terreno, como son los ríos, las colinas, etc.

Pero esta incertidumbre disminuye proporcionalmente a medida que la actividad estratégica se aparta de la táctica y cesa casi por completo allí donde limita con la política.

La dirección en que el enemigo conduce sus columnas al campo de batalla sólo puede ser percibida por la visión directa. Por algunos preparativos que son revelados poco tiempo antes sabemos en qué punto el enemigo intentará cruzar el río; la parte desde la cual invadirá nuestro país es anunciada generalmente por todos los periódicos antes de que se haya disparado un solo tiro. Cuanto más grande es la magnitud de la medida, menos posible será producir una sorpresa con ella. El tiempo y el espacio son tan considerables, las circunstancias que determinan la acción son tan públicas y están tan
poco sujetas a cambios, que el resultado, o bien es conocido a tiempo, o bien puede ser descubierto con toda certeza.

Por otro lado, el uso de reservas en este campo de la estrategia, en el caso de que una estrategia fuera realmente posible, será también siempre menos eficaz cuanto más general tienda a ser la naturaleza de la medida.

Hemos visto que la decisión de un encuentro parcial apenas implica algo en sí misma, pero que todos los encuentros parciales sólo encuentran su solución completa en la decisión del encuentro total.

Pero incluso esta decisión del encuentro total sólo tiene una importancia relativa, con gradaciones muy diferentes, según que la fuerza sobre la que ha sido obtenida la victoria constituya una parte más o menos amplia e importante del todo. La pérdida de una batalla por un cuerpo de ejército puede ser subsanada con la victoria de un ejército en su conjunto. Incluso la pérdida de una batalla por un ejército puede ser contrarrestada no sólo por una victoria obtenida en una batalla más importante, sino que podría ser transformada en un acontecimiento afortunado (los dos días de Kulm, el 29 y 30 de agosto de 1813). Nadie puede ponerlo en duda; pero es completamente evidente que el peso de cada victoria (el resultado afortunado de cada encuentro total) es tanto más independiente cuanto más importante resulte la parte conquistada y que, en consecuencia, disminuye en la misma proporción la posibilidad de remediar la pérdida por los acontecimientos subsecuentes. Tendremos que examinar esto con más detalle en otro lugar, pero por el momento bastará con haber llamado la atención sobre la existencia incuestionable de esta progresión.

Por último, si añadimos a estas dos consideraciones la tercera, o sea, si en la táctica el
uso sucesivo de las fuerzas siempre traslada la decisión principal hacia el final de toda la acción, por el contrario, en la estrategia, la ley del uso simultáneo de las fuerzas invita a dejar que la decisión principal (que no necesita ser la final) tenga lugar casi siempre al principio de la acción principal.

Con estas tres conclusiones contamos, pues, con un fundamento suficiente para considerar que las reservas estratégicas son tanto más superfluas, inútiles y peligrosas cuanto más general sea su propósito.

No resulta difícil determinar el punto donde comienza a hacerse insostenible la idea de las reservas estratégicas: ese punto es la decisión principal. Todas las fuerzas tienen que ceñirse a la decisión principal y es absurda cualquier reserva (fuerzas activas disponibles) que sólo esté destinada a ser usada después de esa decisión. Por lo tanto, así como la táctica dispone en sus reservas no sólo de un medio para enfrentar disposiciones imprevistas de parte del enemigo, sino también para subsanar las que nunca pueden ser previstas, o sea, el resultado del encuentro, en caso de ser éste desfavorable, la estrategia, por el contrario, al menos en lo que al fin principal se refiere, debe renunciar al uso de estos medios. Como regla general, sólo en algunos casos, por medio del movimiento de tropas de un lugar a otro, la estrategia puede remediar las pérdidas sufridas en cierto punto por ventajas adquiridas en otro. La idea de prepararse de antemano para esos reveses, manteniendo las fuerzas en reserva, no debe nunca ser tomada en consideración en la estrategia.

Hemos señalado como absurda la idea de una existencia de reservas estratégicas que no estén en disposición de cooperar en la decisión principal. Como esto está tan fuera de duda, no habríamos sido conducidos al análisis que hemos hecho en estos dos capítulos si no fuera porque esa idea aparece con frecuencia enmascarada por otros conceptos y parece entonces tener una apariencia mejor.

Una persona la considera el colmo de la sagacidad y la cautela estratégicas; otra la rechaza y con ello la idea de cualquier clase de reservas, aun las de carácter táctico. Esta confusión de ideas se traslada a la vida real, y para demostrarlo sólo tenemos que recordar que Prusia, en 1806, dejó una reserva de 20.000 hombres acuartelada en el Mark (Brandeburgo), bajo el mando del príncipe Eugenio de Württemberg, que no pudo llegar al Saale a tiempo para prestar su colaboración, y que otra fuerza de 25.000 hombres, perteneciente al mismo poder militar, permaneció en el este y el sur del país, a la espera de ser puesta en pie de guerra como reserva.

Estos dos ejemplos bastarían para rechazar la acusación de haber estado pugnando con molinos de viento.
J0SEFERNAND0
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